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Perder los estribos y la importancia del momento

Uno pierde el equilibrio de muchas maneras. 

 

El problema no es ese.

 

Porque el equilibrio tiene que ver con ajustarnos ante las situaciones, para encontrar el balance.

 

Las situaciones cambian, el equilibrio se pierde.

 

El problema nunca es ese.

El problema es no recuperarlo a tiempo. 

 

O peor aún, hablar mucho de lo que pasó, de como lo sentimos, de lo que hubieramos tenido que hacer…etc.

 

Pero no de recuperarlo a tiempo.

Porque hacer algo a tiempo, o no hacerlo 
puede marcar una gran diferencia para el resto de tu vida. 

 

Yo esto lo aprendí así:

 

Tendría unos 7 años. 

La salida era montar a caballo. 
Mi papá, mi hermana y yo.

Eran caballos de alquiler, en uno de esos tantos lugares sencillos que habia en las afueras de Bs As. 

Bastante lotería con el tipo de caballo te tocaba.  
A mi me habia tocado uno “difícil”, no quería caminar y tiraba tarascones.

Hasta que un rato después de haber salido directamente se puso chungo, pero chungo en serio.

 

Tiraba patadas, corcoveaba y en una, cual “Llanero Solitario”, levanta las dos patas de adelante y yo salgo volando.

Perder el equilibrio fue poco. Literalmente volé.
Me dejó tirada en el suelo, bastante golpeada y asustada.

 

Y aquí paso algo que luego me sirvió pa´toda la vida

 

Mi viejo, sin bajarse de su caballo y sosteniendo las riendas del mio, me dijo (más bien ordenó):

 

“subite de nuevo! Si no lo hacés ahora,  justo ahora, nunca más te vas a volver a subir, te vas a quedarte siempre con miedo. Subite de nuevo, carajo.”

 

(Esta última palabra, en mi casa significaba, “hacé lo que te digo YA y sin chistar”, le tenía más miedo a la palabra “carajo” que al caballo)

 

Me subí.

 

Mi viejo seguía a toda voz:  
“¡taloneá, dale! Inclinate para adelante, no te sueltes! Las riendas firmes!”

 

Me vuelve a tirar. 
Y otra vez subir llorando 
Me tira de nuevo.

Asi fueron tres veces.  
Me dolía todo, tenía miedo, pero le hice caso. Y tuvo razón.

La cuarta vez no pudo tirarme. 

 

A veces es en ese momento exacto y no después, que hay que recuperar el equilibro. En ese instante.

 

Cuando hacemos algo que cuesta mucho, cuando tragando los mocos y las lágrimas, y aún con miedo, y el orgullo herido, nos subimos de nuevo al caballo, lo que conseguimos para nosotros mismos vale mucho, pero mucho más que cualquier reflexión posterior.

 

No sé que hubiera pasado si mi papá  se bajaba de su caballo asustado y me recogía en brazos mientras me decía: “pobrecita! Te lastimaste?”.  
Y me hubiera alejado del peligro. Lo escribo y hasta me parece muy sensato.

 

Pero me alegro mucho de que no fue así.

 

Seguramente nunca hubiéramos vuelto a andar a caballo juntos y sospecho que yo no hubiera tenido el valor de hacer muchas otras cosas que hice en la vida, a pesar de que me daban miedo.

 

El buen amor a veces no es blando, es firme.

 

Ese día que cuento, antes de salir, mi mamá nos saco una foto.

 

 

Ahí estamos:

 

El Vasco ajustándome los estribos,

el caballo con las orejas para atrás ya planeando como me iba a sacar de encima ,

y yo, mirando a mi papá.

 

Después de ese dia me caí muchas veces más.


Pero eso ya nunca fue un problema.


Abrazo de árbol
Mariana


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