(…) El que vence a los demás es fuerte.
El que se vence a sí mismo es invencible.
El que se esfuerza sin cesar es voluntarioso.
El que permanece en su puesto, vive largamente.
El que muere y no perece, es eterno.
(Tao Te King)
Mi abuelo materno se llamaba Aquiles.
Y era como su nombre. Enorme.
Él fue uno de los “culpables” de que yo y mis cuatro hermanos tuviéramos una infancia maravillosa.
Podría contarte de cuando se levantaba temprano y se ponía a pelar papas
porque ese día iba a hacer:
¡Papas fritas para todos!
Toda la mañana meta pelar, cortar y freír.
Pero él lo sabía, el almuerzo sería una fiesta.
O cuando nos subía a su Chevrolet Impala verde agua del 60, para llevarnos de paseo al delta del Tigre, o a una excusión, o al cole, o a un cumple.
O cuando cada noche, cuando éramos niñas, antes de dormir estaba un rato largo rascándole la espalda a mi hermana, y luego venía a darme un beso y unas palmaditas a mí (nunca me gusto que me rasquen).
O cuando nos llevaba de vacaciones con el grupo de jubilados.
O cuando salía del baño indignado y nos daba tutoriales sobre cuanto papel higiénico se necesita para limpiarse el culo y que dejáramos de derrocharlo.
Y más.
Mucho más.
Pero hay un recuerdo que es muy especial.
Cuando yo fui un poco más grande, habíamos perdido cercanía.
Yo creo que cuando crecí algo se cortó. Y no supimos cómo conectar.
Él me trataba con mucha indiferencia, casi con incomodidad. No lo culpo. Es esa época pasados los 15 que nos convertimos en seres bastante insoportables, especialmente para la familia.
Pero…
A lo que voy.
Un día, sin ningún motivo, en la cocina de casa me dijo:
“Te quiero pedir perdón, a veces no te estoy tratando muy bien. Perdóname”
Ayyyy….
¡Mi abuelo Aquiles!
Él, que era de la época en que las cosas no se hablaban.
De cuando se pasaba de la niñez a la adultez, sin escalas.
Un estoico, alguien que hacía, con generosidad, sin quejarse, sin pedir.
Siempre en su puesto dentro de la familia, una columna.
Él, que fue el más grande de todos, me dijo eso.
Y yo, en ese momento, que era una piba de unos 17 años, soberbia, despreocupada, bastante inconsciente e indiferente a muchas cosas, me pude dar cuenta, en ese mismísimo instante, que esa era una semilla de ORO, que me iba a crecer en el corazón.
Y así fue.
Yo crecí en una casa de las de antes, donde había 3 generaciones, todas juntas.
Siempre pensé que mi abuelo era muy fuerte. Me equivoqué.
Ahora, cuando pienso en ese gesto, en esas palabras breves, que me dijo sin casi, sin mirarme y con vergüenza, entiendo que mi abuelo no era fuerte.
Mi abuelo era invencible.
Un maestro de Tai Chi.
Abrazo de árbol
Mariana
PD: Y si aún no tienes el Audio de regalo de Gente Equilibrada puedes apuntarte para recibirlo.