Con el paso de los años,
hacer nuevos amigos no es algo que suceda tan de seguido.
Tenemos conocidos, compartimos con otra gente, pero amigos-amigos…humm. Difícil.
Bueno, sucedió que en Buenos Aires,un tiempo antes de mudarnos a España hice una nueva amiga.
Con ella, con Antonia, nos hicimos amigas como cuándo éramos niñas.
Nos dijimos, sin decirlo, ¿querés ser mi amiga?
Y empezamos así de simple y directo, cómplices desde el vamos.
Dándonos señales de cuánto nos gustaba vernos, sabernos y conocernos.
Vive en un hermoso barrio de Buenos Aires llamado Villa del Parque, con su familia. Marido e hija.
Antonia es de estas personas que no habla de lo que falta. Lo concreta.
Y es alguien que saborea, comparte y se nutre con los libros. Con las palabras. Habla varios idiomas y es de un gusto exquisito con el lenguaje, hablado y escrito.
En su casa entre varias maravillas, funciona un taller para niños del barrio.
Leen, cuentan, actúan…
Pero fue durante la pandemia lo que viene al caso para el mail de hoy.
Cuando todo, todo, todo estaba cerrado ella abrió la ventana.
Con toda la humildad y profundidad que la caracteriza pensó,
dentro de lo que se podía hacer.. ¿qué hacer?
Como lo suyo son los libros, eligió compartir eso.
No planificó, ni relleno formularios hablando del “bien” que le haría al barrio su propuesta, ni fue a buscar un lugar que le cedieran para llevar a cabo su proyecto, ni aprovechó la idea para dar su opinión sobre la política, los anti o los pro vacunas, no sembró más miedo ni incertidumbre,
no sumó quejas,
ni preocupación.
Nada de eso.
Vio qué hacía falta.
No miró otra cosa.
No protestó porque “nadie hace nada”.
Fue y lo hizo.
Sin imponer, sin ruido, sin exceso.
Y así nació La Ventana de los Libros.
Sencillo: abría durante horas una ventana que daba a la calle y, cual pequeña biblioteca de barrio, puso en ella libros varios, para compartir con los vecinos.
La gente del barrio que pasaba por su casa, en “ese” momento en el que sólo se podía salir a comprar comida, se encontraba con una ventana abierta, que prestaba libros para pasar mejor los días de encierro.
Entonces no eran sólo los libros, eran:
una mujer bellísima que te miraba con ternura desde dentro,
la calidez del gesto, el acto silencioso, la oportunidad de regresar para devolverlos y conversar otro poco, llevar algo a casa que era sorpresa, respirar otro aire, hablar con tus hijos de la historia que leerían… y claro, el libro.
Bueno, eso es para mi trabajar el equilibrio.
Vio la necesidad.
La de fuera y la suya.
Y equilibró.
Esa ventana abierta le hacía bien a ella,
a su familia y a todo el barrio.
Ella sabe sobre el equilibrio muchísimo.
Por eso quise tanto ser su amiga.
Por eso somos amigas.
Equilibrio es equilibrio.
No es opinión.
No es información.
No es “mi” equilibrio y “tu” equilibrio.
Nos beneficia a todos.
Abrazo de árbol
Mariana
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